sábado, 9 de mayo de 2009

TAMBIÉN LOS HAY

Gran escándalo ha causado el que un paparazzi (asi les dicen hoy a los ociosos con cámara que andan atrás de la gente famosa todo el tiempo para tratar de pescar a alguien en un mal paso) haya encontrado al sacerdote católico, Alberto Cutié, en claro apapacho con una dama cuya identidad se desconoce. Curiosamente -léase esta palabra con todo el sentido de sarcasmo que sea posible- esta noticia sale a flote casi al mismo tiempo que otras, tales como la del presidente de Paraguay -a quien ya le dediqué más que suficiente en la entrada anterior-, el fundador de la Legión de Cristo y otro de cuyo nombre no quiero acordarme, al que supuestamente vinculan con una banda de pornógrafos infantiles en línea. Todo esto hace pensar que el problema es de grandes proporciones, pues 'si esto es lo que se ve, qué más habrá en lo que no se ve'. No nos extrañe que estas noticias sigan apareciendo pues la máquina amarillista de los medios está volteando los reflectores -una vez más- hacia Roma. 'El Papa tiene la culpa', dicen, 'debería de quitar el asunto del celibato' -como si dependiera de él, solamente-. Comentaba en una entrada que publicó nuestro buen amigo Israel que la Iglesia no puede no más agarrar las recomendaciones de la gente y hacerlas ley por voluntad del pueblo o ya para que la dejen en paz con tanta crítica, pues estaría faltando gravemente a su papel si así lo hiciera. La Iglesia recoge la voluntad de Dios que se manifiesta en la naturaleza del hombre y que proviene de la revelación para establecer su cánones. Siempre se trata de comparar a la Iglesia con un sistema democrático y no es así. Los concilios la han hecho revolucionar muchísimo, adaptándose a las exigencias de su entorno histórico y cultural, pero hay cosas que simplemente no se pueden cambiar porque ni siquiera un concilio podría decir que el color negro ya no lo es, sólo porque así es la voluntad de la mayoría. En fin, no era mi intención ir por este camino, más bien mostrar la otra cara de la moneda. También hay sacerdotes buenos, de veras. Y nadie me creería que son los más. Lo que pasa es que las buena noticias no venden. Los testimonios heróicos de sacerdotes, religiosos o religiosas curando enfermos, reuniendo recursos para los pobres, construyendo y operando orfanatos, escribiendo libros o artículos, haciendo misiones en lugares a los que nadie iríamos aunque nos pagaran, gastándose la vida en los confesionarios y los púlpitos atendiendo a quien lo necesite, haciendo sacrificio y oración por la paz... a nadie le interesan. Habría algún cínico que se atrevería a decir 'pues que se la partan, para eso están, ¿no?' No. Todos apartamos nuestra mirada de esas escenas para detenernos en una foto, UNA ESTÚPIDA FOTO, de un apuesto cura echándole mano a una mujer en traje de baño y decimos 'ay, es que esos curas, con eso de que no los dejan, pues todos están igual'. Bien, yo quiero presentarles un par de contrastes cercanos a mi vida, nadie me lo dijo o me lo platicó. El Padre Ignacio Aguinaga, L.C., con quien trabajé como voluntario hace algunos años, quien vive ahora en España, su país de origen. Se ha enfrentado a lo que, me parece, es su tercera operación de corazón, y está esperando turno para la cuarta, en la que le colocarán una prótesis de la válvula mitral que lo salvará de lo que, en un inicio, se le había prescrito: un transplante de corazón, y del que se ha escapado por lo que él considera la intervención de la Virgen María. Regaló su vida al servicio de los hombres, como todo sacerdote, religioso o religiosa que agarra los hábitos y a eso se ha dedicado desde entonces, ME CONSTA. Si hubiera atendido las recomendaciones de sus doctores cuando tuvo su primer problema de deficiencia cardiaca tal vez hoy yo no estaría aqui, defendiendo aguerridamente la investidura sacerdotal, y estoy seguro que muchos hombres de bien a los que su acción apostólica llegó a tocar, estarían haciendo las cosas de manera diferente. Pero él no es objetivo de los medios, ni lo será nunca, porque para hacerlo tendría que dar un mal paso, y estoy seguro de que no lo hará. Les pongo otro ejemplo, y se trata de otro sacerdote, también español, a quien no puedo menos que manifestarle mi más profundo respeto y admiración: El P. José Antonio Fortea, uno de los más prestigiados demonólogos con que cuenta la Iglesia en la actualidad, pero, creo yo, uno de sus más santos sacerdotes (se puede consultar, además de su blog, su web site en http://www.fortea.ws/). Me encuentro actualmente leyendo su autobiografía denominada: "Memorias de un Exorcista" y, aunque su título sugiere que uno se va a encontrar con otra obra apasionante sobre el tema del demonio como lo hizo con "Daemomiacum" o la "Summa Daemoniaca", lo apasionante de este libro es ver la mano de Dios en la selección perfecta de un hombre que también ha dedicado su vida al servicio de los demás. Quiero reproducir aqui uno de los párrafos de su autobiografía, al referirse del momento de la consagración durante la Misa, en donde se puede constatar lo grande y maravillosa que puede llegar a ser la vocación sacerdotal:

"Celebrar en ese silencio, en un templo en el que sólo el altar está iluminado, pudiendo detener mi rodilla en el suelo tras la consagración mientras inclino mi cabeza, pudiendo reflexionar sobre cada rúbrica, pudiendo imaginar a los ángeles volando alrededor del ara. Comulgando el cuerpo de Cristo, consciente de que absolutamente nada me va a distraer de la adoración del Misterio. Ese es el mayor placer del sacerdote. Ese placer, esa divina prerrogativa, ese privilegio de poder realizar esos sagrados misterios en un ambiente óptimo, para mi sólo es comparable, lo afirmo sin ningún pudor, al acto conyugal en el matrimonio."

Más palabras sobre él salen sobrando. Podría dar más ejemplos, y lo voy a hacer más adelante, para tratar de demostrar, con los recursos que están a mi alcance que las cosas deberían ser al revés y no decir 'es que también hay sacerdotes buenos' sino 'todo sacerdote es santo, y sacerdotes infieles, bueno, TAMBIÉN LOS HAY'.