jueves, 16 de julio de 2009

Suéltate el pelo, y luego si quieres

El sujetador. Así se escuchaba en mis tiempos de puberto cantar a los Hombres G, a quienes, a pesar de los pesares que le cause a los admiradores de la buena música, rindo homenaje por haber hecho toda una época para muchos, incluído yo. Acordarme de ellos sólo es una excusa para referirme a una compatriota suya que, según la fuente de todas estas noticias inverosímiles que me sirven de pretexto para escribir algunas entradas, dejó olvidado a su bebé en el interior de su auto mientras acudía a su trabajo (todo fue su-su-su). ASÍ COMO LO LEEN. Supuestamente iba a pasar por la guardería Y SE LE OLVIDÓ. Sobra decirles que, con el calor que hace por estas calendas en la Madre Patria, el pobre enano se sumó a la corte celestial. Da mucha tristeza; estoy seguro de que la pobre mujer debe de estar deshecha (si no, literalmente, qué poca madre) por el hecho en sí, pero más allá, por lo que gira en torno a esta fatal omisión. Explícome. Todos hemos olvidado cosas más o menos importantes: aniversarios, pago de deudas (a veces olvidos más bien voluntariosos), y hasta un guisado en la estufa; cada olvido tiene sus propias consecuencias, que van de menor a mayor gravedad: desde dormir la noche en el sofá hasta el mismísimo divorcio, para el primer caso, suspensión de la línea de crédito hasta suspensión de la libertad (bote) para el segundo, y la necesidad de un ingeniero químico para devolver el orden a la cocina o la urgente presencia de los bomberos para apagar el incendio, en el último caso. Pero aquellos lapsus brutus que tienen como consecuencia la muerte -propia o de un ser querido- no encuentran definición ni en Wikipedia. Nuestros olvidos suelen tener sus orígenes en la limitada capacidad de nuestra memoria para retener; aunque los expertos dicen que la mente es maravillosa, nadie se atreve a decir que su capacidad es infinita. Hoy día ocupamos lo que tenemos arriba de los hombros en una lista interminable de cosas, algunas más importantes que otras, y este es un claro ejemplo de que las más importantes ya no encontraron dónde acomodarse. La marea de información que fluye minuto a minuto frente a nuestros sentidos se mete en todos los rincones de nuestro cerebro y, si no lo ejercitamos para que vaya autoclasificándose, o nos volvemos locos o nos pasan cosas como ésta (y luego acabamos volviéndonos locos, al fin). ¿Cuántas preocupaciones debió de haber tenido esta pobre mujer para olvidar aquello que todos los que somos padres consideramos el objeto de nuestros desvelos y que se trata de la integridad de nuestros hijos? Yo me pregunto: ¿Alguna de ellas -y sólo alguna- merecía la pena del sacrificio tan grande que se hizo? Ta' cañón. Dios le conceda la lucidez para superar esta dura prueba y le de al pequeñín su rincón -bien merecido- en la asamblea de los santos en donde ya no tendrá que pasar más penas. Voy a ser ahora un poco más mal pensado y, considerando que se trata de una madre europea, atreverme a suponer que, definitivamente, esa criatura no era su prioridad. Ojo, no se atarugue el lector y piense que mi supuesto es que la vida de su hijo no le importaba; si no le importara, en España el aborto no es problema, y si no me creen, que le pregunten a la babosa ésta que es Ministro de Igualdad y que declaró en televisión española: "para mí un feto -de trece semanas- es un ser vivo, claro, pero no podemos hablar de ser humano porque no tiene ninguna base científica" en medio del debate que hay en aquel país para que las niñas de 16 años puedan acudir a practicarse un aborto sin mayores complicaciones. Ya no me voy por esta rama porque los propios españoles se han encargado de hacerlo, sólo permítaseme un comentario: ÁNIMO, ANALFABETAS, LELOS Y TARADOS, NO ESTUDIEN Y CON ESO LOS PUEDEN NOMBRAR MINISTROS DE ALGO EN ESPAÑA (alguien léales a los analfabetas esto, por favor). Vuelvo al tema. Supongamos que el bebé no se encontraba, por lo menos, en su top three de prioridades. ¿Qué pasa, entonces? No digo que el triste desenlace no le haya producido ningún dolor, ni que se haya dado de topes contra la pared, pero ¿qué onda con su olvido? En la película "El Padrino III", en esa impresionante escena de la confesión que hace Michael Corleone al Cardenal Lamberto, este último le hace una observación que viene perfectamente al caso: "Sus pecados son terribles, es justo que sufra..." y aunque no estoy en nada de acuerdo con lo concerniente al tema de la curia y a toda esa saña impresionante que le tiene Mario Puzo a la Iglesia Católica, sí me parece que debemos de pagar factura por todos y cada uno de nuestros actos, asumir sus consecuencias, pa' acabar pronto. Hay que sacudirse las telarañas de la cabeza, señora, por Dios, ojalá que esto le enseñe y nos enseñe a todos que no hay nada más importante en la vida que aquello que concierne a la integridad de los seres humanos, desde que son concebidos, especialmente de aquellos de los cuales Dios nos confía la tutela. Pues bien, por este camino sólo me quedaría reiterar aquel grito de súplica: SER HUMANO, ¡¡¡REACCIONA!!!

1 comentario:

Anónimo dijo...

sueltate el pelo, y luego si quieres, el sujetador....

Recuerdo el día en que te regalaron el cassette de hombres G, el titulo se llama: "agitar antes de usar", y empezaste a agitar la cajita del cassette afanosamente (al fin que tenias practica); y cuando escuchamos la canción la primera vez me preguntaste: ¿Que es el sujetador?