miércoles, 27 de agosto de 2008

HONOR A QUIEN HONOR MERECE

En la pasada entrada hice un reclamo a nuestras conciencias y éste fue malinterpretado. Me quejé amargamente de nuestra mentalidad de “competidores” y no de “competentes”, pero nunca, por ningún motivo, tuve la intención de criticar o menospreciar la muy loable entrega de nuestros atletas a quienes admiro y respeto por su pasión y compromiso y también a quienes, ya por el simple hecho de participar en la justa olímpica, considero meritorios de todo reconocimiento público. La crítica iba para nosotros, los de a pie. Los que estamos frente a la pantalla del televisor decepcionándonos por la falta de resultados, viendo a los nuestros quedándose fuera del podio no sin dolor, pero casi con una actitud de “ya sabíamos, para qué nos emocionábamos” y hasta sorprendiéndonos cuando llegan medallas, porque, para ser francos “no nos las esperábamos”. Y decía que en algunos medios de comunicación parecía como si se promoviera ese conformismo. ¡No! ¡No puedo callar mi inconformidad ante semejante desgracia! Ciertamente considero que hay que exigir más a nuestros representantes, no sólo en el deporte, sino en la ciencia, la cultura, y hasta en el mundo de los negocios; hay que exigir más a nuestras autoridades porque, sí es cierto, faltan apoyos, espacios, condiciones; pero, más allá, creo que debemos de ser más exigentes con nosotros mismos.
Para muestra basta un botón, y también del ámbito olímpico, total, está de moda: Guillermo Pérez, el taekwondoín merecedor de la primer medalla de oro que -bendito sea Dios- no fue la única (gracias, María Espinoza). En la entrevista que le hicieron en Televisa se dejó ver el gigante de quien se trata, no por nada logró la máxima distinción que aporta el deporte mundial, y es que yo creo que quien gana una medalla de oro no es por puro dominio de la técnica o la condición física requeridas, sino por el tamaño de su corazón. Habló un ser humano sencillo, agradecido con Dios, con su familia y con su país. Jamás hubo en él rastro de amargura, crítica o descontento con nadie o con nada. Hizo referencia a los años de esfuerzo y preparación que hay detrás de su logro porque, ojo, “no hay lonche gratis”; destacó el insustituible papel de sus padres, de su familia en general y se mostró agradecido con autoridades e instituciones cuando el entrevistador le quiso picar la cresta para que se pusiera (como todos) a criticar al “sistema”. Las condiciones para nuestros atletas -y extiendo el término atletas a los ámbitos de la ciencia y la cultura- son precarias. Distan años luz de ponernos en los primeros sitios de los medalleros olímpicos y de otros reconocimientos al talento mundial. Corazones no faltan, eso es un hecho, pero los que no se desaniman y mejor se dedican a otra cosa acaban siendo sofocados por la falta de incentivos. Afortunadamente, los que logran atravesar el tortuoso camino hacia el éxito -en un país en el que parece que, quienes deben impulsar a los talentosos, les ponen el pie- se suben al podio de su grandeza humana para que les cuelguen la medalla del reconocimiento público y los demás podemos ver como sus nombres quedarán para siempre grabados en la historia de un México que pide a gritos más héroes como estos, de los que tienen poco que decir y mucho que hacer; de los que prefieren encerrarse en un gimnasio durante horas para estar mejor preparados a andar desfilando en las pasarelas de la frivolidad, mostrando siempre su mejor pose para las cámaras y los reflectores; y también nuestro México pide a gritos mejores mexicanos, de los que procuren un mejor futuro para sus familias por medio del trabajo y no de la transa y la corrupción y también de los que no se conformen con dejar las cosas como están, sino que alcen la voz para reclamar a sus autoridades los desvíos y las malas prácticas que se vuelven el lastre de una nación que puede y merece crecer porque grandes son los corazones de quienes la conforman.

1 comentario:

Carlos A. Olague A. dijo...

Mi estimado Ramos... Como te comentaba hace días por messenger, tienes razón al quejarte de la actitud conformista de los mexicanos y de los medios, pero también te hice algunas precisiones sobre tu entrada. Te decía que hay qué matizar, si ganar lo es todo, entonces el "cómo" es secundario, porque lo importante es ganar. La olimpiada es un torneo para hermanar, no solo para ganar. De allí que las guerras se suspendían (en la antiguedad, claro) durante las justas olímpicas.

En México tenemos sofismas en los que se dice que jugamos como nunca y perdimos como siempre, que lo importante no es ganar, sino competir...

¿Para qué se compite? Para varias cosas:

1. Para ganar.
2. Para saber en qué nivel estás.
3. Para hermanarte con tus competidores.
4. Para divertirte.
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Y así podríamos seguir durante horas. Si ganar es lo único, entonces no es una competencia, es una guerra.