viernes, 5 de diciembre de 2008

No le voy a poner y qué?

Hay muchos temas sobre los que podría escribir, pero hoy me voy a dar el gusto de dejar que la letra haga lo suyo y se genere aqui lo que, en estricto sentido, será un "escrito libre".
Camino sin rumbo. Desorientado. Puedo encontrarme con muchas cosas que no logran distraer mi atención, tal vez porque ésta no puede estar más distraída. Doy vuelta en una esquina y me encuentro ¡oh sorpresa! con un globero que está anunciando camotes. De momento no me detengo a pensar en esta incongruencia, no estoy para gastar neuronas en resolver confusiones tan irrelevantes. ¡Qué cansado me siento! Deben de haber sido esas horas que pasé escuchando tantos reclamos, no puede ser. En fin, todo tiene su por qué, aunque a veces me cueste tanto comprenderlo, no tengo por que hacerlo, casi siempre hay que dejarlo que pase, no más. Me siento y me pregunto ¿cuál es el sentido de todo esto? ¿Será que no tiene sentido o su sentido es precisamente aparentar que no tiene por qué dársele sentido? Habrá que hacerse preguntas más respondibles, ¡para qué tanta complicación, caray! La vida es ya de por sí complicada, da vueltas por aqui, tiene un retorno por allá, sube y sube y luego baja, y encima la llenamos de acertijos para luego andar dando tumbos. Trato ahora de resolver uno de esos acertijos y me río; no es risa de alegría, hay que aclarar, pero si la risa no es de alegría, ¿entonces de qué es? Ironía, le llaman. ¡Qué buenas carcajadas! ¡Me duele el estómago! Qué le voy a hacer, prefiero reir que llorar. Continúo. Volteo a todas partes, y me horroriza darme cuenta de que todos usan máscara; no es la situación en sí, sino el hecho de que ¡yo no traigo puesta la mia! Tarde me di cuenta. Me armo de valor y retiro de mi rostro las manos con que me tapé para que nadie se percatara. ¡Genial! Parece que nadie se dio cuenta, todos están tan ocupados en mostrar a los demás sus máscaras que a mi no hay quien me pele. ¡Qué gran alivio! Puedo proseguir, entonces. De pronto sí me inquieta hacia dónde me conducirá esta loca carrera; no veo ya su principio y no me quiero asomar a ver el fin, no todavía, ¡capaz de que lo alcanzo a ver y entonces sí hasta se me caen los chones! Pero aqui sigo; recuerdo la vez que quise caminar a contracorriente y así me fue. Por ahora es más seguro seguir a donde te lleva la bola, aunque muchos se jacten de ser auténticos y crean ir en su propia dirección. ¡Vaya, un paisaje ameno! Ya era tiempo, ya me había cansado del mismo panorama gris. Siempre me gustaron los atardeceres, esa maravillosa gama de colores de que se pinta el cielo cuando el sol se va a dormir y la sensación de la brisa fresca percibida por cada terminal nerviosa de mi piel, con el lejano murmullo de los grillos y el clásico olor a tierra mojada. Esa montaña que se ve al fondo y que parece darle vuelta al horizonte, entre azul y negro, se desvanece y cambia lentamente el verde ya tirándole a amarillo por un marrón más bien opaco que no deja ver a las tres o cuatro estrellas que están detrás. No sé cómo fui a acabar aqui, pero valio la pena llegar. Ya no me siento cansado, ya he dado demasiados pasos como para no haber descansado, pero, para ser franco, no quiero regresar. Me siento mejor aqui y es fácil instalarse. Demos otra vuelta, a ver ahora con qué nos encontramos.

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