martes, 27 de abril de 2010

¿Máscaras o Anteojos?

Recogí del piso la máscara que cayó del rostro de un sujeto conocido. Me percaté después de que, entorno a ella, había otras de personas que, igualmente, me resultaban poco más que familiares. Un dolor agudo se originó en mi abdomen hasta casi doblarme y subió hasta mi cabeza dejando huella a su paso por cada terminal nerviosa que tuvo a mal atravesarse en su corto recorrido. Fue la sensación causada por el desencanto, la desilusión y la decepción: No me gustó lo que el retiro de las máscaras dejó al descubierto. Me pregunto ¿cómo puede ser posible, después de tantas conversaciones y parrandas, que haya yo desnudado mi alma ante quienes, en verdad, no conocía? ¡Estuve sentado en la misma mesa y choqué varias veces mi copa con auténticos extraños! He venido depositando palabras, gritos y a veces lágrimas en un baúl sin fondo, ahora todo me parece tan, pero tan retorcido, que no encuentro la más mínima cuadratura a esta grotesca caricatura de mi realidad. Logro vislumbrar, a lo lejos, un atisbo de cordura, como una lucecilla que se filtra apenas en un cuarto lleno de penumbra pero no me atrevo a recoger en mi su ténue fulgor; temo que, al dejar que mi rostro se ilumine, me de cuenta de que los anteojos que he usado durante toda mi vida tienen más aumento del que las deficiencias de mi vista demandan y hacen por ello que las cosas se vean más grandes de lo que en realidad son.

1 comentario:

Carlos A. Olague A. dijo...

Pocas son las máscaras que ocultan algo más bello que ellas. Lo bueno de esta máscara es que podemos quedarnos con lo que reflejaba, ahora que ella se rompió.