viernes, 30 de julio de 2010

El silencio

Si lo que vas a decir no es mejor que el silencio, entonces no lo digas. Voy a ser la excepción a esta regla, porque, es un hecho, lo que tengo que decir no es mejor que el silencio. Y no me refiero a que no tenga nada que decir y quiera decir algo a fuerzas, porque, siendo bien sincero como siempre lo he sido en este poco socorrido espacio, retomar la maravillosa actividad de la escritura después de tantos meses de titubeos, en los que se quedaron atrás cientos de acontecimientos dignos cada uno de ellos de todo un tratado, es algo que no me resulta tan sencillo; siento una especie de "estreñimiento literario" en el que hay mucho que quiere salir y algo que se lo impide. Quien no se haya cansado de pasar por aqui a ver si ya encuentra algo (se lo agradezco) notará que le he dado una remozadita al blog, con mis pobres dotes de diseñador gráfico, en el mejor esfuerzo por retomar lo que para mi es, más que un pasatiempo, una devoción: escribir. Decía que lo que tengo que decir no es mejor que el silencio simple y sencillamente porque creo que no hay nada mejor que el silencio. Sé que se opondrán quienes, en ánimo culto, sean admiradores de Beethoven, Mozart o algún otro clásico quizás menos popular, pero no así talentoso. También sé que me darán la razón quienes llevan un par de meses de casados, por lo menos, pero a los primeros les diré que, para disfrutar de una sublime melodía clásica se requiere, primero, del imperio del silencio; el silencio es la conditio sine qua non se pueden disfrutar de los únicos y, en ocasiones, llenos de misterio, sonidos de un bosque, o los paradisiacos resultantes de una ola que rompe en la playa... El silencio es grandioso, insuperable, primer amigo de la paz y enérgico crítico de la propia conducta, pues es, también, por medio del profundo silencio que se logra la reflexión y la autocrítica, dolorosa, pero requisito indispensable de las aspiraciones a mejorar como ser humano. El silencio es el acompañante en un largo pasillo en el cuál sólo es posible escuchar los propios pasos para luego detenerse y, tras pensar si se va en la dirección correcta, poder rectificar el rumbo y dirigirse hacia donde los latidos del corazón se escuchan con más fuerza; a veces, permite aspirar el aroma de la más profunda sabiduría y facilitar así que la pasión no sea la que decida lo que se hace para arrepentirse después. El silencio es, también, un gran desconocido y el amigo incómodo de los que sí lo conocemos, porque no sólo nos da cosas que apreciamos sino que también nos pone tú a tú con nuestra realidad, no siempre halagadora. El silencio es, por último, ese ser a quien se extraña, tras muchos años de no verlo.

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