miércoles, 4 de junio de 2008

DE TRAMPOSOS Y MALOS PERDEDORES

No me gusta escribir de política, lo prometo, pero en este país suceden cosas tan indignantes que me arrancan palabras para llenar textos como este. Ayer me pareció leer en el titular de un periódico local sobre el proceso interno que se sigue para la elección del próximo rector de la “máxima casa de estudios” de Zacatecas: “Impugnarán Elección Interna”. Y es que no sé qué retrasado mental lo puso de moda en 2006. Ahora resulta que, cuando pierdes en cualquier proceso electoral, ¡el otro hizo trampa! Esto nos lleva, necesariamente, a dos posibles situaciones:

1. Efectivamente, el que ganó la elección lo hizo mediante prácticas ilegítimas (compra de votos, falsificación de boletas, violación de paquetes electorales, etc.) lo que me parece gravísimo y triste o
2. El que ganó la elección lo hizo limpiamente y el que la perdió no puede volver a verse en el espejo con la gran “L” de loser en su frente, sea por orgullo personal, sea por los compromisos que se aventó para lograr su cometido, pecando un poco de exceso de confianza en sí mismo, lo cual me parece todavía más grave que lo primero.

A ver, pero ¿cómo te puede parecer más grave un mal perdedor que un buen tramposo? Muy fácil, el tramposo tarde que temprano cae, y mal que bien acaba siendo señalado con el dedo de aquellos que afirman “todo lo que logró en su vida fue por medio de la transa”, o, es más, acaban en el bote. Basta echarles un vistazo a uno que hizo trampa en reconocido maratón europeo que se ganó la fama mundial de gandalla y a nuestro país la peor vergüenza desde aquellos que fueron a apagar la llama que siempre permanecía encendida en el Arco del Triunfo con sus más básicas necesidades corporales; o aquel que se retiró de la carrera presidencial en el 2006 por haber sido cuestionado por sus propios correligionarios sobre una repentina fortuna de procedencia “desconocida”. Es más, creo que fue el primero quien desenmascaró al segundo, así que hasta los mismos tramposos se delatan entre ellos cuando se trata de obtener aquel poder por el que contienden. El mal perdedor, en cambio, es una bomba de tiempo. Ha convertido nuestro país en eso, en un perdedor empedernido. El mal perdedor es un ser envilecido, que busca vengarse a como dé lugar; que ya no busca quién se la hizo, sino quién se la pague, y que se convierte en un enemigo público de todo aquel que se atreve a triunfar. Como no ganó, se empeñará de por vida en hacer perder a los otros y eso le generará un ruin regocijo. Un mal perdedor no se diferencía en mucho del personaje de “Gollum” en “El Señor de los Anillos”, de quien el envilecimiento de su alma queda perfectamente evidenciado con la deformidad de su cuerpo, mientras que la desgracia ajena se convierte en “su tesoro”.


Hay un mal perdedor dentro de cada uno de nosotros. A nadie nos da placer la derrota, pero se requiere de una grandeza de alma y una madurez humana muy importantes para asumirla con humildad y filosofía. Como un aprendizaje de esos que da la vida y que pasan facturas caras. Y a esos malos perdedores que se la pasan impugnando elecciones aquí y allá, mi más sentido pésame por su muerte espiritual que ya apesta.

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