miércoles, 4 de junio de 2008

EN MI PAÍS DESPRECIAMOS EL ÉXITO

Hoy platiqué con una persona a quien el denso aparato burocrático de una universidad pública le obligó a hacer circo, maroma y teatro para subordinar todas las prioridades de su programado día sólo para ir a cambiar un par de documentos que no le fueron admitidos porque en lugar de dirigirlos a un funcionario de cuyo nombre no quiero acordarme, las autoridades de su unidad académica cometieron el terrible sacrilegio de escribir "a quien corresponda". El trámite de que este asunto trataba era la autorización para presentar un examen profesional de maestría. Sobra mencionar que, entre el largo pliego de requisitos, se pedían documentos que, a su vez, fueron ya solicitados por una interminable serie de dependencias para emitir algún otro que de igual forma era también requisito para emitir dicho permiso. Ya parece acertijo esto. Ya me perdí. Ah, pues así es nuestro sistema: Programas gubernamentales costosísimos que promueven la inversión para sólo lograr disuadir a quien se atreve a preguntar siquiera qué se requiere para emprender tal o cual negocio; cientos, miles de programas académicos de licenciatura y posgrado en otro tanto de universidades e instituciones de eduación superior, públicas y privadas, creados para elevar nuestro nivel profesional para que sólo se logre disuadir de hacer una maestría o un doctorado a quienes han tenido que probar el amarguísimo trago de iniciar uno de estos trámites llenos de lentitud, ineficiencia y corrupción. ¿Por qué?


Me llegó hace no mucho tiempo un mail con una presentación de Power Point que ponía una situación bien triste de una manera más bien simpática: Hacía referencia a un supuesto experimento en el que se encerró a diez changuitos en un cuarto y se colocó un plátano en la parte más alta de una escalera; lógicamente todos se abalanzaron sobre de la fruta y, al hacerlo, se les disuadió con un gélido chorro de agua. No acababan de caer en la cuenta cuando ya estaban intentándolo otra vez consiguiendo sólo el mismo resultado; dejaron de insistir, y cuando el hambre obligaba a alguno de ellos a subir por el fruto el resto lo golpeaba hasta cansarse para evitar la pena que para todos implicaba: el agua fría; y así sucesivamente hasta que todos desistieron. Probaron ahora sacar a uno de los primates y reemplazarlo por otro. Cuando el nuevo ingresó al cuarto, como era de esperarse, buscó de inmediato hacerse de tan anhelada presea, recibiendo como regalo de bienvenida una acalorada golpiza por parte de sus desconocidos compañeros. El supuesto experimento continuó cambiando un chango a la vez por otro nuevo hasta que se llegó a un momento en que todos eran nuevos, es decir, ya no quedaba ninguno de los que fueron rociados con agua fría, pero el comportamiento era el mismo: aquel que intentaba ascender la escalera para alcanzar el plátano recibía una paliza grupal de parte de sus compañeros. Si se les pudiera preguntar y ellos pudieran responder a la interrogante que yo me hago: ¿por qué? seguramente responderían: "No lo sabemos, así se ha hecho siempre". ¿De cuántos burócratas ineficientes hemos recibido respuesta similar? ¿En qué se diferencían de los primates que ilustran este cuento? Que cada quien responda según su amplio criterio. El caso aqui es que hay tantos trámites burocráticos para lo que sea que ya no sabemos ni qué sentido tienen porque los que los pusieron ahi, o bien ya no están, o si están ya no se acuerdan, pero eso sí, defienden a capa y espada su aplicación porque "así se ha hecho siempre", y mientras tanto, montones de proyectos se quedan en el tintero por causa del desaliento de quienes querían echarlos a andar.

En mi país despreciamos el éxito. Puede generar polémica lo que digo, y tal vez va a haber quién se queje y me tache de antipatriótico, pero los hechos son los que lo demuestran y de nada sirve que digamos que no, que los mexicanos somos muy machos y que nos gusta ser los mejores y que bla, bla, bla. La realidad es otra, mis paisanos; me siento orgulloso de ser mexicano, pero me hiere en lo más profundo de mi alma ver que hay otros que se dicen igualmente orgullosos de ser mexicanos y que, sin embargo, cada vez que un compatriota estira su brazo para tomar el plátano del éxito, lo disuaden a golpes porque, insisto con la frase muy trillada: el chiste no es ganar, sino hacer perder al otro.

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